María siempre ha tenido miedo a los perros, ella tiene la imagen grabada en la mente de cuando su perra Luna llegó a su casa, y siendo un cachorro de apenas un mes tuvo que subirse encima de una silla porque le aterraba que le pudiera morder. Como iniciación no está nada mal... Pero con el tiempo y más animada, se hizo a la idea de comprar un labrador, negro para más señas (a día de hoy no volvería a comprar, me encantaría adoptar) y poco a poco ese sueño se fue haciendo un hueco en nuestras ilusiones.
Recuerdo que fuimos a una tienda de animales y allí nos ofrecieron un cachorro que nacería en pocos meses, pues tenían a una labradora preñada y aún quedaban disponibles.
Entonces vino el tormento de elegir el nombre... esto no pasa como con los bebés, que vas haciendo listas con los mejores y de ahí buscas el que más te guste... no, en este caso se piensa un nombre y te dedicas a simular que lo llamas así por todos los sitios: "Jerry tráeme la pelota"... no, no queda bien, "Truco, ven aquí Truco!!" no, ese tampoco, "Bob, siéntate, siéntate Bob" no, no me sale llamarle al perro Bob... hasta que María dio con el definitivo... ENZO (qué bonito nombre tienes...) y de ahí en adelante, esa fue la palabra más bella que podemos pronunciar... "Enzo, dame la pata", "Enzo, gira", "Enzo, deja de roncar", Enzo, Enzo y más Enzo ¿qué puedo decir? se me llena la boca de él.
Pero no todo fue tan bonito como lo imaginábamos, y aquél cachorro que teníamos reservado murió al poco de nacer, al caerle una bolsa de orugas y provocarle una reacción alérgica importante... la desilusión nos dio una buena bofetada, pero nos ayudó a buscar a Enzo (esta vez sí) con más ahínco todavía. Eran tantas las ansias que lo miramos por internet en una web de anuncios, en un criadero de Sanlucar de Barrameda les quedaba uno negro, y queríamos que ése fuera el nuestro. Enseguida hicimos los trámites y en unas pocas semanas estaría en casa. ¡¡¡Qué ilusión, qué nervios!!! preparamos su cama, algunos juguetes, el cuenco del agua y de la comida, la correa con el collar... en fin, todo lo que un perro pudiese necesitar, solo quedaba esperar su llegada.
Primera foto de grupo :) |
Cuando le abrimos la puerta del transportín lo primero que hizo fue morderme la bata que llevaba, no sabía que eso me iba a traer consecuencias, y por eso, si el día de mañana vuelvo a tener otro perro, no le dejaré que invada mi espacio de aquella manera. María estaba más apartada (recordemos el miedo que tenía) y quizás por eso el respeto entre ambos se instaló enseguida. Olió, olió y volvió a oler, tras lo cual se tumbó en suelo y a dormir todo lo largo que era (¡¡qué iba a ser largo!!). Lo despertamos para hacernos la foto de rigor, la primera de tantas que vendrían después, y que aquí dejo como un recuerdo que adoraré siempre.
Ese día yo tenía que trabajar por la tarde, así que podéis imaginar las ganas que tenía de
separarme de aquella bolita de pelo tan preciosa. Lo llevamos a casa de mis padres para hacer las presentaciones oficiales, hicimos más fotos (más, más), y llegado el momento me despedí de ellos con gran dolor de corazón.
Pero las cosas no acabarían ahí, como todo cachorro sin vacunas, tenía prohíbido pasear por la calle para evitar infecciones, y a la buena de María no se le ocurre otra cosa que llevárselo metido en su abrigo a hacerme una visita express... ese fue uno de tantos momentos memorables que hemos podido vivir con él, ver cómo asomaba a través de la cremallera de su abrigo un morrete chato, húmedo, y unos ojos todavía azules que miraban en derredor con intensa atención... ya quedaban menos horas para volver a casa junto a los dos.
Para empezar no está mal, su primer día pasó entre mimos, siestas eternas, descubriendo el entorno y haciéndonos a la idea de que ese pequeño ser era nuestra responsabilidad y que su bienestar corría de nuestra cuenta... ay Enzo, quién nos iba a decir aquél día, que tras más de cuatro años y medio, serías tan importante para nosotras.
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